16 de septiembre de 2019

Memoria activa: Aída Sanz Presente


Esta es la historia de Aída, enfermera, integrante del Movimiento 26 de Marzo del 71, una militante barrial y sindical, una joven luchadora.

Es un relato contado al calor del recuerdo de algunas de las tantas personas que la conocieron. Poquito a poco, hemos ido entendiendo su vida y, a través de ella, pudimos acercarnos a la historia de su madre Elsa y de su hija Carmen. 


Un 23 de setiembre de 1950 nació Aída Sanz, hija de Elsa Fernández y de Carlos Sanz. Su abuela paterna fue obrera textil y su abuelo, un carpintero que fue militar.

Aída se crió en la casa materna de la calle Coronel Lassala, allí en Villa Española, una centro fabril con mucha historia: FUNSA y la textil Caitex, junto al barrio Puerto Rico (antiguamente lugar de prostíbulos y de mataderos clandestinos), muy cerca de la Curva de Maroñas que ya estaba densamente poblada de comercios, clubes de fútbol, casas de pequeños propietarios y talleres manufactureros.

Aída junto a su hermano Carlos
Creció en un sitio donde el compañerismo y el ser solidario entre vecinos era moneda corriente. Fue allí donde compartió, junto a su hermano Carlos, los primeros juegos infantiles.
Les encantaba divertirse haciendo de peluqueros; incluso una vez Carlos le cortó sus hermosos rulos… Muchos años después, en 1999, esos bucles serían el único recuerdo palpable de su madre que habría de recibir Carmen, la hija de Aída.

A fines de los años cuarenta su padre trabajaba como guarda, primero en los tranvías ingleses y, posteriormente, para la empresa AMDET como chofer de trolebus. Su madre Elsa era una obrera del calzado; luego se volvería ama de casa.

Aída asistió a la escuela número 117 de la calle Labarden, al lado de FUNSA. Al final de la jornada Su túnica blanca, almidonada por las manos de Elsa, aparecía transformada  en paleta de pintor.

Fue una niña extrovertida, de buen carácter, alta y corpulenta. Se desarrolló rápidamente, fiel a su gran tentación: el dulce de leche. Golosa como nadie, era capaz de tomar la sopa y al mismo tiempo, tener su dedo en el pote de dulce de leche, saboreando y diciendo: Igual, todo se encuentra en la barriguita.



Hasta los catorce años fue creyente; concurría a la parroquia del Sagrado Corazón de la calle Vera, donde profundizó los valores aprendidos en su hogar. Sensible ante los indefensos, intransigente con las injusticias sociales, era consciente de la pobreza marginal y de la exclusión de aquel barrio obrero.

El liceo Nº 14 de Ocho de Octubre y Propios la recibió como estudiante de Secundaria. En esa época habían comenzado los llamados planes piloto por lo que sólo permaneció allí hasta tercer año y luego continuó sus estudios en el IBO.

En sus inicios deseaba ser maestra. Tiempo después se sintió interesada por el derecho, aunque pronto descubrió que esa profesión no era para ella.
Estando preso su hermano, estimulada por una amiga, encontró en el área se la salud su vocación.

Pero también tenía otras pasiones... Tomó clases de corte y confección, piano y acordeón. Con el tiempo se convirtió en organizadora de bailes familiares.
Era respetuosa, conciliadora, mansa pero cuando se enojaba, se ponía brava. Su hermano recuerda: […] siendo chica, un día llegó de la escuela diciendo que Dante le había pegado. Fui para defenderla, pero… vaya sorpresa,  Aída, con el zapato, ¡ya lo había reventado!


Enfermera, militante social y política


La adolescencia estuvo compartida entre su prima Marta Enseñat, sus primeros amores, el dolor por la separación de sus padres y el interés por su barrio. Su preocupación social se concretaba en hechos: organizó con algunos vecinos la instalación de la primera garita de ómnibus en Corrales y Lassala y realizó los trámites para que pusieran la luz a mercurio, en la calle Menéndez y Pelayo. Tenía 18 años.

Corrían los años 68, 69 y 70, años de mártires estudiantiles, de intervención en la Enseñanza Media, de una nueva fuerza política que se postulaba al gobierno, de mucha agitación en los barrios y lugares de trabajo. El fuerte compromiso social y político de Aída crecía al compás de ese tiempo.

La casa materna mantenía sus puertas abiertas. Amigos y compañeros disfrutaban de las tortas fritas o de los panes caseros, salidos de las manos de su madre. Casualmente llegaban cerca de la hora del almuerzo y doña Elsa decía: Bueno, echá una jarra más de agua a la sopa y ya está.

Eran tiempos de lucha, de pueblo en las calles. Y como en tantas otras historias, la represión golpeó duro a esta familia.
El 7 de enero de 1971 detuvieron a Carlos… Todos sufrieron su ausencia. Aída comenzó a militar más activamente junto a los familiares de presos políticos y casi al mismo tiempo, se integró a la fundación del Movimiento de Independientes 26 de Marzo, del cual fue encargada de finanzas, hasta que debió exiliarse en Argentina. Era una militante de masas a nivel territorial.

La recuerdan trabajando de mameluco, arreglando el local de su organización política, en la calle Mercedes, donde se quedaba haciendo guardia hasta que se iba a trabajar.
La recuerdan pintando en un muro: Dan Mitrione, balas asesinas; MLN, fusiles del Pueblo, en alusión al secuestro de Mitrione en julio de 1970.
En aquel local también militaba Eduardo Gallo, otro integrante del 26, cuya vida y desaparición terminarían estrechamente vinculadas a la de Aída.

En 1972 Aída hizo el curso de auxiliar de enfermería en el Hospital de Clínicas. Se recibió en el 73.Siempre estaba pronta para solidarizarse con sus compañeras de estudio. Trabajó en el dispensario del Cerro haciendo prácticas y allí conoció a Aída Pagola, una compañera que se transformó en su referente.
También trabajó en dos centros asistenciales: el CASMU e IMPASA. En IMPASA trabajó varios meses y en CASMU algún tiempo más, pero pronto tuvo que partir al exilio porque su nombre ya figuraba en las listas de los que la dictadura estaba buscando.

El amor por su barrio dio sus frutos. Cuando fueron por ella a su casa, un vecino conocido como Timoteo, estaba esperándola en la esquina para avisarle que habían instalado una ratonera.
En mayo de 1974 logró cruzar desde Colonia a Buenos Aires. Una amiga la había ayudado a cambiar su imagen, con un maquillaje diferente, ropa nueva y otro peinado. Era Élida, aquella amiga cuyos padres habían expulsado de su casa porque estaba embarazada y Aída le dio cobijo en la suya.


Argentina

Argentina se había convertido en el refugio de miles de uruguayos. Cuando llegó a Buenos Aires fue recibida por su prima Marta, que también había tenido que abandonar el país. En San Telmo, junto a otras mujeres, instaló un taller de marroquinería. Continuó sus estudios de enfermera y, con el tiempo, comenzó a trabajar en la Española de Socorros Mutuos en Buenos Aires.

Su madre Elsa permaneció en Montevideo. La casa ahora estaba silenciosa y llena de recuerdos de la niñez y la adolescencia de sus hijos que ya eran adultos comprometidos que estaban lejos.


En 1976 Argentina entraba en lo más oscuro de su historia. El teniente general Videla, en la Conferencia de Ejércitos Americanos celebrada en Montevideo, pocos meses antes de asumir el poder declaró que “[…] en la Argentina tendrá que morir la gente que sea necesaria para que se retome la paz”.
El compromiso de Aída, no obstante, continuó del otro lado del Río de la Plata.


El amor apareció en su vida. Se llamaba Eduardo y le decían Cacho. Había sido cañero en Bella Unión y militante tupamaro. Aunque ya se conocían fue en el exilio donde se forjó su relación. Cacho era servicial y de sonrisa amplia.
En aquellos meses surgió la posibilidad de comprar terrenos baratos en lugares lejanos de la capital, zonas postergadas donde habitaba la pobreza.
Con su prima Marta viajaron hasta San Antonio de Padua. Los caminos eran de barro y los gurises andaban todo el día de pata al suelo, barrigones por la mala alimentación. Aída terminó convirtiéndose en la enfermera del barrio y al igual que doña Elsa, la suya fue una casa de puertas abiertas, solícita a las necesidades de los demás.

En las madrugadas solía vérselos yendo a trabajar a la capital. Cacho se hacía pasar por provinciano para no levantar sospechas. En ocasiones se presentaba como chaqueño y en otras, confundiéndose, se convertía en santiagueño, ligándose algunos rezongos por su falta de memoria. Entre risas lograban convencerlo de que debía asumir una sola identidad si quería evitar riesgos.

Aída trasmitía seguridad… y no sólo afectiva: era una organizadora nata. Podía cocinar, coser la ropa, trabajar y además militar y seguir andando.

Mientras el embarazo de Marta continuaba creciendo, sorteando el miedo, la persecución a los uruguayos se incrementaba. Así llegó Valentín, el hijo de Marta y Miguel. Su primer baño lo recibió de las manos cañeras de Cacho, tiernas y sabedoras de hijos anteriores.
Al niño dale pecho a demanda, sin restricciones, le decía Aída. Eran consejos de enfermera y también de futura madre, ya que empezaba a asomar su vientre de embarazada, fruto del amor que compartía con Cacho.
Con el nacimiento de Valentín, la casa les fue quedando chica. Aída y Cacho decidieron mudarse, manteniéndose intacto el vínculo afectivo entre ambas parejas.

La represión iba cerrando su cerco y las precauciones se hicieron más estrictas. Villa Numancia se convirtió en esa época, en el refugio de Miguel y Marta, junto al recién nacido Valentín.
Este barrio y San Antonio de Padua serían testigos de esas vidas entretejidas por el amor y el compromiso. El vientre de Aída iba creciendo día a día. Marta relata cómo los dos embarazos continuaban creciendo, casi de la mano: 
[…] seguía usando el pañuelo en la cabeza, los vestidos holgados y las amplias polleras. Nunca usó pantalones
[…] Nos llevábamos tres meses de diferencia en los embarazos. ¡Ah!, ¿saben quién nos hizo la cunita para nuestro hijo? ¡Cacho!


El 23 de diciembre de 1977 Elsa subió al Vapor de la Carrera desde Montevideo. No estaba muy convencida, temía que la siguieran y lograran descubrir dónde se refugiaba su hija.
Pero el amor de madre fue más fuerte y decidió embarcarse. Aída le había pedido que la acompañara, que estuviera junto a ella en el nacimiento de su nieta.


El secuestro

El 24 a las 5 de la mañana siento unos golpes en la puerta. Miguel, mi esposo había tenido una reunión y no estaba en casa.
El que golpeaba era Cacho, diciendo que había caído la represión en su casa de San Antonio de Padua; se habían llevado a Aída y a Elsa. Él había logrado escapar, les salió al paso, los atropelló y logró evadirse. Y ahora venía a avisarnos para desalojar la casa.
Yo quería esperar a que mi esposo volviera de la reunión. Alcancé a ponerme un pantalón arriba del short, alguna ropita para mi bebé y con mi madre, que era enferma psiquiátrica, salimos enseguida. Quedamos de encontrarnos en la Plaza Constitución, al mediodía. Ellos estaban abocados a avisarles a los compañeros y decidieron ir a la casa de Ataliva Castillo, otro cañero.

Ese mediodía Cacho y mi esposo se dirigen a la casa de Ataliva. Cuando llegan, sin darse cuenta golpean las manos.
Hubo un enfrentamiento; allí queda herido mi compañero Miguel. Se lo llevan detenido y, una vez más, Cacho logra escapar. Cuando llegaron ya estaba la ratonera montada y la zona toda rodeada. A Ataliva ya se lo habían llevado y a su compañera no la habían podido detener porque se había suicidado. (Los Montoneros tenían previsto en caso de detención, utilizar la pastilla de cianuro, porque de esa manera evitaban dar información o degradarse en la tortura).

Mientras tanto yo tenía que pensar qué podía hacer y se me ocurrió ir a la casa de una prima.
Era 24 de diciembre, un día muy especial. Ellos me dicen que me puedo quedar pero que no los comprometa. Además tenían una cena en otro lugar.
Después me voy a San Nicolás, a trescientos kilómetros de ahí. Y allí me sugieren que mande preguntar con una gente que va para Uruguay, qué puedo hacer, y me dicen que me refugie en la ONU. Mientras tanto Cacho estaba buscándome pero no logramos vernos.


Fueron horas de desesperación e incertidumbre para Marta, con su bebé y su madre, hasta que se refugiaron en ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados).

Luego de su secuestro, Aída fue llevada a un centro clandestino de detención (probablemente al Pozo de Quilmes o COTI Martínez), donde fue salvajemente torturada, lo que generó un adelanto en su labor de parto. 
Debió ser trasladada a otro centro clandestino, el Pozo de Banfield donde, el 27 de diciembre de 1977, en medio de las sesiones de tortura, atada a una camilla en la enfermería del lugar, dio a luz a una niña a quien llamó Carmen.
¡No pudo tenerla ni un día! Se la quitaron enseguida.

Ni canción de cuna, ni pecho a demanda, ni batitas tejidas por manos de abuelas…  Sólo un miedo. Era terrible el preguntarse cómo le podían afectar a su bebé, las descargas eléctricas, los golpes, la barbarie desatada sobre un vientre a punto de parir(testimonio de Adriana Chamorro, una de compañeras detenidas en ese lugar).

En los pozos de Quilmes y Banfield fueron vistos Aída, Elsa, Cacho y Miguel, entre tantas y tantos otros compañeros.

Se supo que luego del parto, Aída Sanz permaneció en cautiverio varios meses, en distintos centros clandestinos. Al igual que su compañero Eduardo Gallo, ambos fueron desaparecidos.


En Villa Española, en Maroñas, en el barrio Puerto Rico, en la Asociación de Funcionarios del CASMU se colgaron carteles en los árboles denunciando su desaparición.
Las abuelas de la Plaza de Mayo también buscaron rastros de Carmen, de su madre y su abuela.

Carlos, el hermano de Aída, el tío de Carmen, rememora su retorno a la casa familiar:
Cuando volví a mi casa después de muchos años de ausencia, en 1987, y aún en búsqueda de mi madre y mi hermana desaparecidas en la Argentina, me reencontré con las sábanas planchadas, ordenadas… los bucles de Aída.
El aroma a lavanda, en el ropero de mi madre permaneció intacto todos esos años como esperándome”.


Desde diferentes voces han surgido miradas comunes a la hora de recordar a Aída. En cada entrevista o testimonio encontrado, siempre se la describe como una gurisa de personalidad fuerte, una joven solidaria, de mirada cómplice y sonrisa constante. Aída era la compañera responsable que nunca faltaba a un compromiso, la que no se callaba ante nada.
Con su pinta de mujer común y corriente, con su La Paz sin filtro en la boca, sencilla en su atuendo con su blazer a cuadros… siempre de vestido, casi nunca pantalón.
Aída… la que cosía a mano para los vecinos aunque no pudieran pagarle y decía: Todo el mundo tiene derecho a tener un lindo vestido.


La hija de Aída

Policía, heroico guardián de la vida,
tú que siempre sabes todo lo que pasa,
no quieres decirme que nació en tu casa
ni dónde llevaste la hija de Aída.

No, no, no, no llores,
angelita sin amores.
No, no, no, nonita,
angelita tan solita.

Angelitos de El Sabalero


La hija de Aída nació en cautiverio e inmediatamente fue arrebatada por agentes de la represión y dada en adopción a los cuatro días de su nacimiento. Su madre había elegido llamarla Carmen.

La niña creció sin conocer su verdadero nombre ni sus orígenes. Con el tiempo llegó a saber que, quienes la habían criado no eran sus padres biológicos. Supo que era adoptada pero desconocía el motivo y creía que ello se debía a que su verdadera familia la había abandonado. 
Sin embargo, la historia era otra; su verdadera familia continuaba buscándola afanosamente.

En la década del ochenta, Abuelas de Plaza de Mayo localizaron una partida de nacimiento firmada por el médico policial Jorge Antonio Bergés. En ella constaba que el 27 de diciembre de 1977, en su consultorio, había nacido unabebé, hija de un matrimonio de civiles de apellido Fernández.
La justicia ordenó un análisis de histocompatibilidad para esa niña, pero la familia con la cual se la ‘entrecruzó’ no era la de Aída.
Varios años después, en 1999, otra hija de desaparecidos que buscaba a su hermana nacida en cautiverio, fue a ver a esa joven pensando que podría ser ella y le propuso realizarse nuevamente los análisis, para cruzarlos con todas las familias del BNDG (Banco Nacional de Datos Genéticos).
Es así como en junio de ese mismo año, los resultados confirmaron que se trataba de Carmen, la hija de Aída y Eduardo.

El 9 de junio de 1999, mediante algunos análisis inmunogenéticos a los que se sometió voluntariamente, pudo recuperar su verdadera identidad, conocer la historia de sus padres y la desaparición forzada de ambos.

Cuando a los veintiún años supo quién era, sus padres adoptivos la acompañaron a Montevideo para conocer a su familia biológica. En ese momento, en Uruguay, pudo encontrarse con la familia de su madre y la de su padre…
Fue como juntar pedacitos de su historia. Algunas de sus palabras posteriores así lo testimonian:
La historia es fuerte. Es un choque fuerte. Sobre todo por todo lo que pasaron. Al enterarme sentí alivio: los encontré y supe que no me habían abandonado.


La causa:


En 2004 inició un juicio por los delitos de apropiación indebida y falseo de identidad contra Miguel Etchecolatz (comisario general de Policía de la provincia de Buenos Aires) y Jorge Antonio Bergés (el doctor que firmó su certificado de nacimiento).

La denuncia impulsada por la hija de Aída, señaló como coautores mediatos de su secuestro y posterior apropiación de su persona e identidad, a tres militares argentinos: Jorge Videla, Reynaldo Bignone y Oscar Franco.

En setiembre de 2005, la joven pidió a la Cámara Nacional de Casación de Argentina que se anulara su partida de nacimiento falsa, se la inscribiera nuevamente como hija de sus padres biológicos y se le permitiera llevar el nombre de María de las Mercedes Gallo Sanz.
En su primer encuentro con su tío Carlos, Carmen preguntó:
– ¿Por qué decidieron tenerme en esas circunstancias?
La respuesta salió del corazón, pariendo dolor, acortando distancias...
– ¡Porque se querían!





Elsa Haydée Fernández Lanzani, madre de Aída

Nació en Montevideo el 16 de enero de 1916. Tuvo dos hijos: Carlos y Aída. Carlos, permaneció preso en Uruguay, por su militancia en el MLN. Aída debió exiliarse en Argentina.

En diciembre de 1977 Elsa viajó a Buenos Aires para acompañar a su hija ante la inminencia del parto.

Las tres, madre, hija y futura nieta, desaparecieron el 23 de diciembre de 1977, entre las 19 y las 21 horas, del domicilio de Aída y Eduardo Gallo, en San Antonio de Padua.

Elsa nunca fue una militante, pero su sentido de la justicia, de lo que estaba bien y lo que no, fueron valores que supo trasmitir a sus hijos. Les enseñó a querer, a compartir, a defender lo justo, a luchar. Y fueron esos mismos valores los que la hicieron acompañar a Carlos y Aída, en sus caminos.

Era muy protectora, un poco rezongona y de gesto melancólico. Todos la recuerdan callada, de corazón grande y afectuoso. Usaba amplios batones y estaba sorda de un oído, a consecuencia de una fiebre tifoidea que había padecido en la adolescencia.

Su casa siempre estuvo abierta a la solidaridad, a la cebadura de yerba compartida, a la tacita de azúcar cuando a alguna vecina le faltaba.

Gustavo, un amigo de la familia, cuenta que siendo joven había sabido recibir el cariño y la protección de Elsa, que le dio lugar en la casa como a un hijo más. Recuerda los bailes familiares, las matinés de cine durante los fines de semana y la palabra consoladora de doña Elsa que sustituía los afectos ausentes de sus padres.

Aquella casa era el refugio de quien lo necesitara.

Gustavo ocupó un lugar insustituible en la soledad de Elsa. Hacia la casa se dirigía en los paseos domingueros con la familia que había formado y también los días de semana, en la vueltita corta, para saber qué necesitaba.

El tiempo transcurría y de vez en cuando llegaba alguna noticia de Aída, que le repetía: No te preocupes, mamá, estoy bien.

En estas tierras del sur, hermanadas por el río, las historias y los dolores se entrelazan.

Rosa Álvarez, conocida como la ‘tía Pola’, fue una de las tantas uruguayas secuestradas en Argentina. Se la llevaron de la casa de su sobrino Jorge Martínez el 20 de abril de 1978 y permaneció detenida en el Pozo de Quilmes, hasta el 20 de mayo. Allí compartió varios momentos con Aída Sanz.

En una entrevista realizada en 1984 por el periodista Alberto Silva, Rosa cuenta que estando detenida, compartió calabozo durante tres días, junto a Aída, quien le relató que en Banfield había estado con su madre Elsa, a quien le debieron quitar las esposas porque tenía las muñecas infectadas. Y que a pesar de tener sesenta años, la obligaban a permanecer con los brazos hacia atrás. También le relató sobre el nacimiento de su pequeña hija que le había sido arrebatada.




Eduardo Cacho Gallo Castro, el compañero de Aída


Hijo de Mauricio Gallo y Mª del Carmen Castro nació en Salto el 4 de noviembre de 1942. Trabajaba como peón rural en el Ingenio Azucarero de Bella Unión y militaba en la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA) y en el Movimiento de Liberación Nacional (MLN).

Padre de tres hijas con su pareja Delcia Machado, sólo llegó a reconocer a las dos mayores, pues la clandestinidad le impidió conocer a la más pequeña, nacida en 1971.

En Argentina, trabajaba como pintor de obra, manteniendo su militancia en el MLN y en la Tendencia Combativa.

Formó pareja con Aída Sanz y juntos vivían en San Antonio de Padua, Provincia de Buenos Aires.

Se sabe que huyó del tiroteo en el domicilio de Ataliva pero no se ha podido reconstruir qué sucedió luego y cuál fueron las fechas y circunstancias de su detención. La información con la que se cuenta hasta ahora es que el 27 de diciembre se lo vio en Pozo de Quilmes, muy torturado.

Adriana Chamorro detalla lo que le testimonió María Asunción Artigas:

[...] me relató en diferentes ocasiones que la mayoría de los uruguayos habían sido torturados durante la primera parte del secuestro y que cinco de los detenidos, entre ellos el compañero de Aída (Eduardo Gallo), habían sido trasladados a Uruguay clandestinamente, viaje para el cual ellas fueron obligadas a hacer la comida.





Miguel Ángel Ríos Casas



Miguel Ángel era uruguayo, había nacido el 30 de agosto de 1948. Estaba en pareja con Marta Enseñat y tenía un hijo de seis meses para quien eligieron el nombre de Valentín. En Montevideo, Miguel Ángel había estudiado Derecho, era militante estudiantil y participaba en el Movimiento Independiente 26 de marzo (Frente Amplio).

En mayo de se trasladó a Argentina. Al momento de su detención, estaba viviendo en Villa Numancia (provincia de Buenos Aires), en la calle Pueyrredón, entre Santa Fe y Buenos Aires. 

Miguel Ángel fue secuestrado el 24 de diciembre del año 1977, en el momento en que, junto a Eduardo Gallo, a raíz del secuestro de Aída, se dirigían al domicilio de Ataliva Castillo Lima. En el lugar fueron interceptados por personas de civil que les exigieron presentar sus documentos personales. Se inició un tiroteo en el que Miguel Ángel resultó herido y detenido, mientras que Eduardo consiguió huir.

El domicilio fue rodeado, baleado, allanado saqueado e incendiado por integrantes del batallón de San Justo.

Eduardo Gallo fue visto por última vez en el Centro clandestino de detención conocido como Pozo de Quilmes.



Pozo de Banfield

Tanto Aída como su compañero Eduardo pasaron la mayor parte de su tiempo de secuestro en Argentina, en el centro clandestino de detención conocido como el Pozo de Banfield.

Está ubicado en la localidad del mismo nombre en la provincia de Buenos Aires, en la intersección de las calles Siciliano y Vernet. En ese edificio de tres pisos funcionó, desde octubre de 1974 hasta enero de 1977, la Brigada de Investigaciones de Delitos Contra la Propiedad y Seguridad Personal. Allí tuvieron asiento las direcciones de Investigaciones, Seguridad e Inteligencia de la Policía de la provincia de Buenos Aires.
Funcionó como campo de concentración y centro clandestino de detención, permaneciendo activo hasta 1978.
Es posible caracterizar dos etapas bien diferentes en el funcionamiento de dicho centro: hasta 1976 fue un lugar de interrogatorios donde se torturaba para obtener información; y entre 1976 y 1978 se convirtió en un ‘depósito’ de aquellos prisioneros provenientes de los otros campos de concentración que existieron en la Argentina de esos años. Permanecían allí secuestrados hasta que llegara una resolución definitiva sobre su situación. Los prisioneros podían luego cumplir penas de prisión, ser llevados a otro campo o comisaría para ser liberados, o ser sometidos a un ‘traslado sin retorno’, es decir, ser fondeados en barriles rellenos de cemento en el río, enterrados en cal o lanzados vivos al mar desde un avión(los ahora conocidos ‘vuelos de la muerte’), adormecidos con pentotal.

Teniendo en cuenta las declaraciones de los pocos sobrevivientes, se sabe que por el Pozo de Banfield pasaron aproximadamente mil ochocientas personas, sin contar los traslados de grupos pequeños, de entre dos y cuatro prisioneras/os.

La mayoría de quienes estuvieron detenidos en este centro clandestino siguen al día de hoy, desaparecidos.

Banfield fue un lugar entre la vida y la muerte, donde los militares evaluaban con total impunidad qué hacer con cada una de las personas secuestradas: su liberación o su traslado para ser finalmente asesinados.

Existía una estrecha vinculación entre los centros clandestinos que integraban el llamado ‘Circuito Camps’, integrado por un conjunto desitios no declarados, ubicados en la Ciudad de La Plata y zonas aledañas; estaba bajo la dirección de Ramón Juan Alberto Camps, general de Brigada del Ejército y jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
Posteriormente a partir de fines de 1977, estuvo bajo el mando del general de Brigada Ovidio Pablo Richieri.

Los lugares que integraban este circuito eran el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y la Brigada de San Justo.
Entre 1977 y 1978, se produjo un intenso intercambio de secuestrados de un centro a otro, especialmente de prisioneras y prisioneros uruguayos que, en esos infiernos, fueron interrogados y torturados, tanto por represores argentinos como por represores uruguayos.

A fines de diciembre de 1977 un grupo de aproximadamente veinticinco prisioneros uruguayos fueron secuestrados y mantenidos en cautiverio en los centros clandestinos de detención Pozo de Quilmes, Pozo de Banfield y COTI Martínez. Entre ellos, se encontraba María Asunción Artigas, su esposo Alfredo Moyano, Aída Sanz, su madre Elsa Fernández y su compañero Eduardo Gallo Castro, Yolanda Casco y su esposo Julio D’ Elía, cuyos hijos –nacidos clandestinamente en el Pozo de Banfield–les fueron apropiados.

Otras uruguayas y uruguayos que también formaron parte de ese grupo fueron Antonia Castro y su esposo Mario Martínez, Carolina Barrientos y su esposo Carneiro da Fontoura, Edmundo Dosetti e Ileana Ramos de Dosetti, entre tantos.
El destino de todos ellos fue la muerte. Sus hijos nacidos en cautiverio fueron apropiados por matrimonios argentinos que los inscribieron como propios.
Sus secuestros se enmarcaron en la coordinación represiva entre Argentina y Uruguay, llamada Plan Cóndor.

En los años posteriores a la dictadura argentina, el pozo de Banfield continuó funcionando como una dependencia policial, hasta que un grupo multisectorial se movilizó contra ese centro bajo la consigna: ¡Chau pozo!
El 22 de marzo de 2006 se reclamó ante su puerta el cierre definitivo del local, que permanecía activo bajo la responsabilidad de la Policía bonaerense.

Ese mismo año, mediante decreto provincial, se transfirió el edificio donde había funcionado el Pozo de Banfield a la órbita de la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia, destinado a ser un espacio para la memoria, la promoción y la defensa de los derechos humanos.


La apropiación de niñas y niños

Además de la hija de Aída, los casos de sustracción, retención y ocultamiento de menores vinculados al Pozo de Banfield, comprende, entre otros, a Paula Logares (argentina secuestrada junto a sus padres en Uruguay), Carlos D´Elía Casco y Victoria Moyano Artigas. Los padres de Carlos y Victoria, también prisioneros políticos, fueron posteriormente desaparecidos.

En ese centro de detención también existió una maternidad clandestina, donde las prisioneras embarazadas eran recluidas hasta dar a luz. Luego del alumbramiento, el destino de los recién nacidos y de sus madres estaba sellado: los bebés serían apropiados y sus madres pasarían a integrar las listas de desaparecidas.

Mediante la desaparición forzada de estas madres, el aparato represivo de las dictaduras cumplía un doble objetivo: la entrega de los hijos e hijas de las secuestradas a las familias de los represores y la desaparición de las madres y padres para borrar la prueba de la verdadera identidad de esas niñas y niños.
Este fue el destino de un grupo de aproximadamente veintiséis uruguayos secuestrados a fines de 1977. Cinco de ellos, entre los cuales se encontraban Eduardo Gallo Castro y posiblemente Julio D’ Elía, fueron trasladados desde el COTI Martínez hacia Uruguay. Ese traslado habría sucedido a fines de diciembre de 1977. Las demás uruguayas, entre ellas, Yolanda Casco y Aída Sanz, fueron llevadas, con destino desconocido, en un gran traslado sucedido el 15 de mayo de 1978.

Debido a su responsabilidad en estos hechos, la Justicia uruguaya condenó, en el año 2009 a Gregorio Larcebeau, oficial de Inteligencia del Estado Mayor del Cuerpo de Fusileros Navales (FUSNA, perteneciente a la Armada Uruguaya) y a Gregorio Conrado Álvarez Armellino, comandante en Jefe del Ejército Uruguayo desde febrero de 1978.
Ambos fueron sentenciados a veinticinco años de prisión, en orden a los delitos de homicidio, de los que fueron víctimas Yolanda Casco, Julio D´Elía, Eduardo Gallo, Aída Sanz, María Asunción Artigas, Alfredo Moyano, Mónica Grinspon y Claudio Logares.  Este juzgamiento permitió probar formalmente la coordinación represiva entre Argentina y Uruguay.






Tres mujeres desaparecidas de un ‘golpe’: Aída, la militante, la compañera, la enfermera; Elsa, la madre, la obrera, la que enseñó el sentido de la solidaridad; Carmen, la esperada, la amada, la que nació en el Pozo de Banfield. 
Tres generaciones… tres estrellas perdidas en la víspera de Noche Buena.




*Este material fue elaborado a partir de las entrevistas realizadas a la familia de Aída (su hermano Carlos, su cuñada Anabella y su prima Alba Fernández); a Susana Mármol, Francisco Martínez ‘Quito’ y Catty Cristóbal (compañeros de militancia de Aída en el Movimiento 26 de Marzo), a Mario Mujica de AFUSMI y a Ana Ferreira quien estudió y militó sindicalmente junto con Aída. También se recurrió al trabajo de reconstrucción de la memoria realizado por otros colectivos, publicados bajo los siguientes títulos: A todos ellos (de Madres y Familiares de detenidos desaparecidos), Los ovillos de la memoria (de uno de los colectivos de ex presas políticas) y Perdidos en el bosque de Alberto Silva.


5 comentarios:

  1. La maldad de los militares que se venden al gobierno norte americano, no tiene frontera, sean chilenos, argentinos,etc es la misma.Sirven a la auto destruccion nacional, con el robo, el crimen . el dolor.Podria el mundo volverse mas humano y respetar la vida, la felicidad de las personas, cualquiera sea su idea politica. Es mucho pedir?Es lo minimo que debe esperarse del gobernante.

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  2. Hay datos que no coinciden en la historia de Aida, la llamo una vecina al CASMU 1 y le informaron que no regresara a su casa que habia una ratonera.
    Estuve conviviendo con ella y mi marido 15 dias, hasta que pudimos pagarle el pasaje a Buenos Aires, via Colonia . La acompañamos hasta la plaza de ONDA, recibi su unica carta a la semana , se le habia acabado el dinero.....

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  4. Después de pasar por el " Hotel de los muchachos¨, Km 14 y medio nos mudamos de barrio, cerca del juzgado militar, no conocíamos a los vecinos y no podíamos hablar con nadie de política.(autocensura).....
    Aida pasaba en casa sola yo trabajaba y estudiaba, mi marido trabajaba. Pasaba sola , la mayor parte del día, debíamos continuar con nuestra rutina,
    En mi casa, encontró con que entretenerse , entre el silencio de la casa, hizo cortinas para una puerta con visillos y largas con volados y cintas de agarre, tejió con rafia para esqueletos de pantallas que esperaban ser vestidas,algun dia, para mi dormitorio y el comedor.
    A la semana no soportabamos verla encerrada y nos largamos al cine CENSA, 18 de julio y Magallanes, no se que película vimos, mucho stress, regresamos contentos, el objetivo se había cumplido.

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  5. Viviamos en un apartamento interior, adelante la casa de Doña Ana, su yerno un militar de alto rango

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